martes, 1 de octubre de 2013

sobre economía y el medio ambiente

El crecimiento económico, como lo conocemos hasta hoy día, es incompatible con los imperativos de sustentabilidad ambiental. Esta es una realidad que ha sido advertida desde la génesis del medioambientalismo moderno con el Club de Roma (1971) o la Conferencia de Estocolmo (1972). El mensaje principal es que sin un cambio radical de paradigma el escenario futuro es de catástrofe. Sin embargo, la principal apuesta para el futuro global del Informe del Grupo de Alto Nivel es que ambos objetivos pueden y deben concurrir, que no es necesario sacrificar uno para lograr el otro. Si aceptamos por un momento que esto es cierto, la pregunta pertinente es de qué clase de crecimiento estamos hablando y qué tan lejano se encuentra ese modelo de las economías reales del mundo. No basta decir que el futuro que vislumbramos es uno de crecimiento económico y sustentabilidad ambiental si no se especifica el costo real –económico y político­– para hacerlos converger.

Divergencias

El principal punto de divergencia es que a corto y mediano plazo el modelo de producción más rentable sigue siendo uno basado en tecnologías productoras de emisiones contaminantes. Sabemos, por ejemplo, que el motor del crecimiento económico en América Latina en la ultima década ha sido el incremento en el consumo producto de los rápidos procesos de urbanización. Las crecientes clases medias demandan consumir toda clase de productos a los que tienen acceso en las ciudades y que antes eran reservados sólo para las clases más privilegiadas. Como se puede ver en el gráfico un mayor producto interno bruto (PIB) predice un mayor consumo de energía.



Costo económico

Nuevos esfuerzos para calcular y hacer explícito el costo económico de transformar los procesos de producción y consumo de cada país son necesarios para la elaboración de una agenda de desarrollo que transcienda la mera retórica. El Informe Stern sobre la economía del cambio climático (2006) estimó que se necesitaría una inversión equivalente al 1% del PIB mundial para estabilizar en 2025 las emisiones de gases de efecto invernadero a través de una transformación tecnológica. Sin embargo, un par de años más tarde, el mismo Stern diría que sus números fueron demasiado conservadores y que el costo podría alcanzar el 2% del PIB.

Más aún, algunos críticos del reporte consideran que su enfoque es erróneo ya que se concentra en la producción y no en el consumo, quitándole así responsabilidad a los países consumidores de los bienes producidos en otras partes. Además, el PIB es un pobre indicador ya que no cuantifica la depreciación de los recursos. Por ejemplo, la producción petrolera se suma al PIB, pero en ningún momento se resta la disminución de las reservas petroleras (y de otros recursos naturales). Esta situación hace que los números de Stern se encuentren aún más subestimados y el costo de estabilizar las emisiones sea mayor.

De estos estudios se puede concluir que no hay una vía fácil y fluida hacia la sustentabilidad ambiental de la economía, los costos son altos y son inevitables. Además, los costos que se asuman en el presente (impuestos a la producción y consumo de bienes nocivos para el medio ambiente, por ejemplo) no tendrán repercusiones sino muchos años después. Por otro lado, si se utilizan indicadores de consumo en lugar de producción, los países que tendrán que pagar un costo mayor son los países desarrollados.

 Costo político

Hacer explícito el costo económico hace evidente que el problema de fondo no es técnico, sino político. Los sistemas políticos democráticos de cada país no están bien equipados para tomar decisiones costosas en el presente cuyos efectos serán prácticamente invisibles y a muy largo plazo. Las preocupaciones del votante medio  están determinadas por sus necesidades más apremiantes, generalmente relacionadas a sus medios de subsistencia y capacidad de consumo. Bajo estas preocupaciones eligen a sus representantes y esperan respuestas en el menor plazo posible.

En el plano de las negociaciones internacionales es difícil pensar que países emergentes como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), estén dispuestos a cortar sus emisiones y desacelerar su carrera por dar alcance a las grandes potencias.  O bien, es importante preguntar si las grandes potencias están dispuestas a perder la ventaja reconociendo su deuda histórica con el medio ambiente.

En este contexto, una nueva agenda de desarrollo post 2015 tiene que entender que el único compromiso necesario con el medio ambiente es la responsabilidad de pagar los costos que la transformación global requiere. Costos que deben ser explícitos y transparentes para todos los votantes.

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